Siguió descendiendo y justo cuando la aguja del indicador tocaba fondo, vio ante él una pequeña meseta que terminaba en un uadi, el lecho seco de un río. ¡Tan frío como el helado que tomé el año pasado en aquel agradable bar a orillas del Támesis!
—Bueno, ¿por qué no bebes agua? —preguntó Melina con un ligero reproche. Podía darse un capricho, así que después de beber hasta saciarse, se echó un chorro generoso por la cabeza y la cara. No sabía por qué, quizá no la había llenado bien al despegar o había bebido durante el vuelo, pero el bidón solo estaba medio lleno. Estábamos con ella y le aconsejábamos que dejara de beber, pero era muy terca. El lago en medio era increíblemente azul y cuando Melina apareció desnuda y chorreando agua, empezó a desnudarse mecánicamente. —Melina, Melina —susurró, y se llevó la foto a los labios para besarla.