No es que al perro le interesaran lo más mínimo, le untaba salvajemente el chocho, lamiendo sus fluidos femeninos, hambriento y agradecido de que estuviera más cerca y de que la cadena colgara suelta. Secados, salimos a la cocina a buscar nuestra ropa. Me quedé un par de pasos detrás de ella solo para ver cómo sus nalgas apretadas se mecían al caminar. —¡Ordené bruscamente! —retrocedió un paso y me miró con curiosidad mientras se sentaba en cuclillas. Me giré boca arriba, arrastrándola conmigo, y nos quedamos allí tumbados mientras nuestra respiración se calmaba, ahuecando sus alegres pechos y maravillándonos de su tacto... Hacía 25 años o más que no tenía un par de pechos en mis manos que se acercaran a estos, pensé. —D viene a vernos —añadió mientras empezaba a arreglarse el vestido y a quitarse la hierba. Jess, hasta este punto estaba mirando boquiabierta alrededor de veinte centímetros de polla viscosa con un bulto oblongo a tres partes del final que parecía tener alrededor de cinco centímetros de ancho, por reflejo ante la repentina explosión del orgasmo del perro, apartó la mano de un tirón, tirándola a su coño, el sorprendente calor de su mano la hizo jadear.
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